“El primero y principal de todos los seres es Dios, eterno, no engendrado y creador del Universo. El segundo [el Cosmos], creado por Dios a su imagen y salvaguarda y alimentado por Él, es inmortal en tanto que obra del Padre eterno[…]
Respecto al tercer viviente, el ser humano, que nació a imagen del Cosmos, tiene, por voluntad del Padre, pensamiento, a diferencia de los demás seres vivos terrestres. Y no solo está en consonancia con el segundo dios [el Cosmos], sino que accede a la inteligencia del primero [Dios]. A aquél lo percibe con los sentidos, como cuerpo, y a éste, el Bien, lo aprehende con la inteligencia, en tanto que incorpóreo y pensamiento.”
Corpus Hermeticum, Tratado VIII, siglo II
“Dios es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia, en ninguna.”
El Libro de los Veinticuatro Filósofos siglo XII
“La dependencia del ser humano es doble porque tiene en sí una doble substancia, la espiritual y la corporal; por ello tiene también un doble centro.
Su substancia corporal es aquello que en él vemos, su cuerpo, compuesto de elementos y de cielo, porque es extracto del mundo todo: en él tiene la tierra su materia; en él, el agua; en él, el aire; en él, el fuego; en él, el cielo. Ciertamente, la materialidad de los miembros, ¿qué es, sino terrenidad? La sangre y otros humores, ¿que son, sino agua? El calor natural que mantiene vida en el cuerpo, ¿qué, sino fuego? Y el mantenerse todo junto y mezclado, de donde surge la diversidad de inteligencias, temperamentos y hábitos, ¿qué es, sino poder del cielo?
La substancia espiritual del ser humano es lo invisible que, morando en el cuerpo, lo rige: el alma inmortal, que tiene su origen inmediato en el cielo y en Dios. Ciertamente, por Él en el principio fue insuflada, y hasta ahora no es otra cosa, como dicen las Escrituras, que el soplo del Supremo con cosas similares a las que se dan en Él, es decir, con la luz de la razón, para ver y distinguir todas las cosas, y el libre albedrío, para realizar y producir cualquiera de ellas […]Y el centro de su lugar consiste en estar entre Dios y el mundo, esto es, ser un medio entre el Creador y lo creado, servirle y usar para sí los servicios de las demás criaturas. Y por eso, en ese centro está su descanso, su seguridad y su bienaventuranza.”
Jan Amos Comenius El Centro de la Seguridad, 1625
E
n su libro El Centro de la Seguridad, Comenius compara la imagen del mundo a una rueda que contiene tres elementos: el centro, los rayos y la llanta.
Describe el centro como lo divino, lo que es desde siempre y para siempre, perdurable, eterno e invisible, que construye a su alrededor un círculo visible, que es este mundo, y lo llena de seres diversos, de modo que cada uno parece tener su esencia particular. Y dice:
Cuando la rueda gira, lo hace alrededor del centro, que queda inmóvil en el medio. Así, la rueda de este mundo gira incesantemente, sin detenerse, y su centro, Dios, perdura inmóvil en su morada. […] Ocurre incesantemente, sin interrupción, que uno muera y otro advenga, siempre uno se hace del otro, y así giran los elementos, pasan por diversas formas y vuelven siempre a la propia. Y en especial, justamente, gira el género humano.
En la rueda, los rayos también se mueven y giran con el círculo, pero en forma diversa. Pues, cuanto más cerca están del centro, tanto menos y tanto más silenciosamente se mueven; cuanto más alejados están del centro, tanto más brusca y violentamente arrancan. Así ocurre con nosotros, las criaturas, sobre todo las racionales: si estamos en Dios, es decir, si nos sostenemos de él con la memoria, la razón y la voluntad, tenemos paz y seguridad; si de él nos desviamos hacia las demás criaturas, no hallamos sino inquietud y torbellinos cada vez mayores.
Todo rayo tiene un doble centro: uno común o colectivo, del cual parte y al cual vuelve; otro el suyo propio, en medio de sí, a través del que tiene que ir desde el centro común hacia el círculo y otra vez de vuelta hacia aquel, pues el medio de cualquier cosa se denomina centro. Así, todo tiene un doble centro: uno común, que es Dios, hacedor y mantenedor de todo; otro propio, que es su naturaleza, que le adjudicó Dios.
Con esa imagen de la rueda da un sentido a la vida humana y concibe su razón de ser dentro del marco de las leyes universales. Comprende la doble naturaleza de los hombres y su carácter de mediador entre el Creador y el mundo creado. Son los rayos de la rueda, cuyo origen está en Dios y su manifestación en la llanta.