“En el ser humano, desde su nacimiento, el Padre sembró toda clase de semillas y el germen de todo tipo de vida. Aquellas que cultive cada uno en particular madurarán y darán fruto en él: si son vegetativas, será como una planta; si sensitivas, se convertirá en animal; si son racionales, se elevará al rango de ser celestial; si intelectuales, será ángel e Hijo de Dios. Y si, insatisfecho con la suerte de todas las criaturas, se repliega en el centro de su propia unidad, transformado en un único espíritu con Dios, en la solitaria penumbra del Padre situado sobre todas las cosas, él mismo se elevará sobre todas ellas.”
Giovanni Pico della Mirandola, Discurso de la Dignidad del Hombre, siglo XV
“Ciertamente, el ser humano es barro. Es un polvo que el viento dispersa. Nada de aquello con lo que fue amasado es imperecedero. Sin embargo, lo que debemos meditar intensamente es que, para crear a la humanidad, Dios ha concentrado toda la naturaleza, animada e inanimada, en una quintaesencia. Dios ha apretado en su mano a toda la creación y de todo ello ha hecho la arcilla con la que ha amasado al ser humano.
Esto es lo que ha hecho Dios, creador del cielo y la tierra. De la quintaesencia, que las Escrituras llaman el limo de la tierra, este mismo Dios, después de haber creado el gran mundo, ha formado el pequeño mundo. El ser humano es este pequeño mundo, que contiene todas las cualidades del gran mundo. Por este motivo se le llama microcosmos. El ser humano es la quintaesencia del firmamento y de los elementos, del cielo y de la tierra.”
Paracelso, Philosophia Sagax, libro primero, cap. 2., siglo XVI
“Él no solo nos ha permitido descubrir la mitad del mundo hasta ahora desconocida y oculta, y nos la ha revelado, mostrándonos también muchas obras y criaturas de la naturaleza desconocidas hasta ahora, sino que además ha hecho aparecer personas iluminadas y con nobleza de espíritu que han restablecido en parte las artes corrompidas e imperfectas, de modo que el ser humano comprenda por fin su nobleza y su gloria y conciba la razón por la cual es llamado microcosmos y hasta dónde se extiende su conocimiento de la naturaleza.”
Johann Valentin Andreae, Fama Fraternitatis Rosae Crucis, siglo XVII
H ay épocas clave en la historia de las sociedades humanas. Épocas en las que la aparente lentitud con la que progresa la humanidad se acelera de pronto y avanza con pasos de gigante. Épocas cuyos hechos parecen no tener explicación, que aparecen a los ojos de todos de forma repentina, casi milagrosa, en las que confluyen tantos aspectos y matices que no es posible enmarcarlos, ni describirlos en su totalidad. A lo sumo, uno se acerca a ellos con el sagrado respeto con que los antiguos se acercaban al maravilloso misterio del fuego desconocido.
Semejantes épocas entrañan, para el conjunto de los seres humanos, un nuevo nacimiento, un renacimiento. Es como si el sueño que nos había adormilado durante siglos se desvaneciese de pronto y despertásemos con una nueva conciencia, como si contemplásemos de nuevo al mundo con una mirada fresca y radiante, a la luz de un amanecer resplandeciente.
El Renacimiento europeo supuso una de tales épocas para la humanidad.
No solo fue la invención de la imprenta, la exploración y conquista de nuevos mundos, los numerosos avances en los campos de la ciencia y el arte, el encuentro de nuevas formas de experiencia religiosa, más allá del dogmatismo dualista, sino que por doquier surgieron filósofos, científicos y artistas que aportaron una perspectiva nueva, diferente, en su concepción de Dios, el Mundo y el Ser Humano.
El pensamiento hermético, cuya tradición fue recuperada en esa época, aportó algunos elementos esenciales a la nueva visión que adquirió la conciencia humana.
Este crisol forjó la Edad Moderna y, de él, surgió también la Rosacruz, a comienzos del siglo XVII. Notables personalidades, como Francis Bacon (1561-1626), Galileo Galilei (1564-1642), René Descartes (1596-1650), Baruch Spinoza (1632-1677), Isaac Newton (1642-1727) y Gottfried Leibniz (1646-1716) alumbraron este siglo y lo esclarecieron con la luz de la razón. Junto a ellos, Jan Amos Comenius (1592-1670) concibió la educación del ser humano como un arte, el arte de enseñar.