“Todo en el mundo gira dando vueltas en derredor, rueda,
todo en él anda de arriba hacia abajo, de aquí hacia allá,
mas no anda, vuela, se cae, se vuelca en volteretas:
es poco lo que sigue su orden, todo avanza solo al azar.
El único Señor del mundo va sobre, debajo y a través de todo,
Él solo para el mundo es su firme apoyo sempiterno.
¡Oh! Dicha del que en el Centro eterno se asienta por siempre:
en el corazón divino el suyo hallará la paz.”
Jan Amos Comenius, El Centro de la Seguridad, 1625
“Ciertamente, cada uno debe vigilar por sus intereses, pero nunca en detrimento del prójimo; lo primero lo recomienda la Naturaleza y lo segundo Dios lo prohíbe. Y si en todo el mundo hay necesidad de un orden y de la base de este que es el amor, nadie debería en su propio interés interferir con el interés de los demás sin pecar contra las leyes del orden eterno. “En la vida nos corresponde comportarnos como en un banquete”, dice Epicuro, “si te ofrecen algo, recíbelo con gratitud, si aún no te lo han ofrecido, retén tu apetito y espera, y si pasa de largo, no lo detengas”. Un hermoso consejo cuando se amplía al gran banquete que Dios expone diariamente ante la generación humana.
Pero si, por ignorancia, hemos errado contra las leyes del orden de nuestro prójimo, será necesario dirimirlo por consenso tan pronto como sea posible, ya que si se persevera en el error se llegará a consecuencias extremas ante las que sería imposible una corrección. “
Jan Amos Comenius, El Ángel de la Paz, 1667
Siempre pensamos que el conflicto se encuentra al exterior de nosotros mismos, pero, en realidad,
es la manifestación externa de una tensión interna,
de una falta de armonía en nosotros mismos.
E l “otro”, todo aquello que se halla más allá de las fronteras de nuestro territorio conocido y familiar, es percibido normalmente como un peligro, como el enemigo. Aquello que no forma parte de lo que reconocemos como nuestro —familia, pueblo, país, religión— es colocado frente a nosotros, dispuesto para la batalla.
La vida de Comenius estuvo marcada por la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), una de las guerras más cruentas de la Europa moderna, y a causa de ella peregrinó por toda Europa, como un exiliado sin patria.
Para Comenius, sin embargo, la guerra era la manifestación más clara de una falta de comprensión: haber olvidado la grandeza del ser humano y su vínculo íntimo con Dios.
En su obra El Ángel de la Paz, que escribió para evitar la guerra entre ingleses y holandeses, dice lo siguiente:
Quien busque la reconciliación con los demás, no habiéndose reconciliado con Dios, se engaña a sí mismo, y quien busque la paz con los demás, no habiendo logrado la paz interna con Dios, se engaña a sí mismo y no encontrará la paz, porque dice el Señor: “no habrá paz para los malvados” (Isaías, 48,22), y, si a pesar de ello, persistimos en alcanzar la paz mutuamente, contra la voluntad de Dios, alcanzaremos todo menos paz: burlas, insultos y destrucción.
¿Cuál es la raíz del mal que acucia al ser humano? Para explicarlo, Comenius utiliza una oscura expresión, samosvojnost [simismidad], que define así en El Centro de la Seguridad:
Hay simismidad cuando el ser humano, sintiendo rechazo a estar atado por Dios y su orden, quiere ser de sí mismo: es decir, su propio consejero, su guía, su defensor, su señor, en suma, su propio pequeño dios. Éste es el principio de todo mal.
En palabras modernas, diríamos que la raíz del conflicto humano es el egocentrismo.
El núcleo esencial de su pacifismo se halla, por lo tanto, en la necesidad de que el ser humano se conozca a sí mismo, reconozca su esencia más profunda y busque su centro en Dios. Solo así podrá desarrollar una fraterna armonía con los demás seres humanos.