“La imaginación y la memoria, repletas de cosas sensibles, no captan ni retienen con igual facilidad todas las cosas. Deben, pues, ser ayudadas.”
Jan Amos Comenius, Orbis Pictus, 1658
La práctica de ilustrar libros con fines didácticos es relativamente moderna. Comenius fue el primero en hacerlo e invirtió veinticinco años de su vida para ello. La obra integra imágenes, textos en latín y lengua vernácula.
El Orbis Pictus gozó de una merecida fama en muchas regiones del mundo. Autores como Goethe lo recuerdan con agrado, evocándolo como uno de los libros donde aprendieron a leer. A pesar de que muchas de las obras de Comenius fueron ignoradas por los precursores del movimiento ilustrado, el Mundo en Imágenes nunca dejó de publicarse.
El libro fue una respuesta a las críticas que los educadores planteaban en el Renacimiento para una renovación del formalismo escolástico totalmente obsoleto, especialmente en las metodologías empleadas en la enseñanza: procedimientos repetitivos, rutinarios; empleo de aspectos abstractos poco comprensibles y alejados de la realidad cotidiana de los alumnos. Una de las innovaciones que introduce el Orbis Pictus es enseñar el latín a partir de la lengua vernácula.
Más allá de estas preocupaciones, otra de las críticas más mordaces que realizan los educadores de esos siglos, se dirige al empleo inadecuado de la memoria, su reducción a las repeticiones mecánicas carentes de significado que constituían la práctica en las escuelas medievales, cuyo síntoma más evidente es la concepción de la lectio. Esto planteaba la exigencia de propiciar nuevas formas de articulación entre el saber y la memoria.
Algunos utopistas, como Campanella y Andreae, ejercieron una enorme influencia en Comenius. Y así utilizó los métodos pedagógicos descritos en la Ciudad del Sol y Cristianópolis, aplicándolos a su visión de la escuela.
El Orbis Pictus recorre la totalidad del universo. A partir del Dios Creador se bosqueja un camino descendente que aborda los cuatro elementos clásicos (fuego, aire, agua y tierra), nos introduce seguidamente en los tres reinos naturales, para llegar finalmente al hombre. Se trata del ser humano frente a la naturaleza y a la divinidad, que integra a ambos por igual, armónicamente. Fruto del trabajo humano son los oficios y el avance tecnológico que lo conducen a construir sus espacios vitales y a mejorar sus condiciones de vida.
Los siglos XVI y XVII, sensibilizados frente a la amplia proyección de la cultura escrita, son prolíficos en la invención de alfabetos y proveen una vasta clasificación para ellos. Comenius, desde su propia óptica, asume la tarea de superar la prolongada escisión que existía en la Edad Media entre las artes liberales y las mecánicas, entre el saber intelectual propiamente dicho y el saber técnico.
El breve recorrido a través de las tradiciones y legados, que subyacen en el empleo de las imágenes con fines didácticos, muestra que estas prácticas subsidiarias de la vida diaria de nuestras escuelas no son casuales ni gratuitas ni coyunturales. Son prácticas culturales que se construyen a lo largo del tiempo y que tienen muchas implicaciones.
Recurrir a la oralidad, la escritura, la cultura audiovisual o bien la cultura electrónica que prevalece en nuestro tiempo, no es fruto del azar. Cada una de estas culturas, con su cuota de logros y pérdidas, tiene un profundo significado en la manera en que las personas aprehenden la realidad y la interpretan; se perciben a sí mismas y a los otros; recuperan la información, la ordenan, la conservan y la difunden. La práctica constante y cotidiana de estos procesos, a su vez, contribuye a formar determinadas estructuras de pensamiento, competencias y mentalidades.
En fin, si bien las imágenes se introducen de manera formal con fines didácticos en el umbral de la modernidad, cuando Occidente asume como tarea el establecimiento de un nuevo orden social, y en medio de esta empresa se bosquejan los procesos de escolarización que nos resultan próximos, las ilustraciones de los libros de texto y de estudio en general que hoy nos parecen naturales son, diríamos parafraseando a Gramsci, hijas de su tiempo.